François Rude nació en Dijon, donde su gusto por las casas opulentas y las cosas bellas y robustas se plasmó en un arte de formas plenas y siempre cercanas a la verdad. Por casualidad, asistió a una entrega de premios de dibujo y se decidió su vocación. A los 26 años obtuvo el Gran Premio de Roma, aparentemente sometido al arte académico de su época. Abandonando la mitología por los espectáculos de la calle, François Rude afirmó su temperamento naturalista, en particular en sus bustos. No era un artista espontáneo; meditaba sobre su obra y se inspiraba en la naturaleza para lograr su expresión ideal. Es cierto que la obra de Rude es un brillante ejemplo de su talento, pero quizá sería menos vívida si no hubiera creado «Le Départ des Volontaires de 1792» para uno de los pilares del Arco del Triunfo, donde el artista, consagrado por la fama, ha sabido conservar intactas en sí mismas la emoción y el asombro del niño que, en Dijon, presenció el alzamiento de los ejércitos de la Revolución.
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