


En el corazón del Mediterráneo, el Monte Athos ha albergado durante diez siglos a los monjes y sus secretos tras los gruesos muros de sus monasterios. En sus laderas se aferran las aldeas de los monjes que prefirieron la vida rústica a la de la regla. Sólo un torno conecta el mundo con este acantilado de silencio, cuya entrada está prohibida a cualquier persona imberbe, mujer o animal hembra. Ningún ser puede nacer aquí. Sólo mueren allí, sin lágrimas ni monumentos. La oración es la principal actividad de los monjes. Así es la vida serena de estos hombres que, tras mucho rezar, no tienen otra cosa que hacer que seguir el ritmo de las ocupaciones estacionales o entregarse a aficiones más nobles como el estudio, la pintura o el grabado. Puede que el Monte Athos haya perdido parte de su antiguo prestigio e influencia, pero sigue fiel a su razón de ser: una inmensa plegaria al cielo que precede al paso a la otra vida.